viernes, noviembre 20, 2009

Mañana te busco con la manada...

Un nuevo dulce palpito delata las perversas intenciones de mi ser hambriento de tu suave y ligero ser. Moriré de hambre mañana, al amanecer. Porque se que preferirás entregarte a las manadas de perras de hocicos partidos que a la majestuosa Loba Esteparia bajo tu cama. Deliciosos sueños interrumpen la paz de mi devoción nocturna con esos fulgores de lunas pasadas. De felices lechos clandestinos a cientas de mentiras de casa... Mentí cuando ladré que no me regalaba tu austero y egoísta cuerpo, las visiones secretas de Venus. Compulsivamente digo falsedades, ya te has dado cuenta. Y miento si digo que me arrepiento.
No me dejes al amparo del bosque nocturno, no quiero volver a ser propiedad de la Muerte, no quiero volver a tener las mismas llagas ardientes de su deseo oculto y su celo inconsumable.
Ese Ángel de Muerte quiebra mis delaciones de la nueva aurora e ilumina descuidadamente las sombras tras mis montes rosados.
Devuélveme al amante perdido.
En el fondo de tu boca,
debajo de tu
Lengua Insolente.

lunes, noviembre 16, 2009

La terraza del Ángel.

Apoyada estaba sobre el delgado barandal de su balcón, perdidos los ojos en el manto nocturno. Su ojo naranjo estaba allí, en lo alto, y lo vio antes que yo acercarse y arribar a mi cintura sin mayores miramientos. Que falta de sutileza sus dedos tibios. Hundió su nariz fría en el cuello, lo recorrió como quien hiere con navaja el raso para desgarrarlo. Ridículamente buscas arrastrarme contigo a tu nido de pecadillos insensatos. Ya ves cómo te juega el destino. Ya ves en el espejo por las mañanas que no eres el mismo que se levantaba los sábados, los domingos, los miércoles y esporádicamente cada día de la semana a duras penas de un lecho ajeno cada vez. Sabes que me desagrada lo que haces con lo que te queda de cuerpo, que lo ofrezcas al mejor postor (a) y que odio por sobre todas las demás cosas y acciones; que no me seas sincero y no admitas que sólo te da pereza salir de tus círculos.
Más, me ves como a una más de las perras de tu jauría (y aunque en el fondo igual lo sea) no me agradan tus ojos nublados de luna amarilla ni las palabras que usas para arrancarme de mis cabales. El chasquido de su beso detona como la lluvia inoportuna sobre la terraza, presta a enfriar tus planes. El cabello húmedo, la piel ardiente revela tus facciones animales y tus movimientos de tigre mal alimentado.
Finalmente, después de la manifestación completa de incalculable tamaño de mi estupidez, mi brazo se estira en un movimiento circular que culmina en el índice izquierdo a penas ergido para juzgar, para dedicarte mi peor y más terrible mirada, pero con los ojos cerrados y la boca entreabierta.

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